#ElPerúQueQueremos

Fuente: Peru 21

Slipknot y la noción de comunidad

Publicado: 2016-10-20
Se me ocurren sin mucho esfuerzo varias de las ideas preconcebidas que se generarán ni bien se vea que se ha asociado un fenómeno tan estigmatizado como lo es la banda estadounidense de nu-metal, "Slipknot" (desde lo superficial hasta lo satánico) con un tema que, en la coyuntura peruana, se compone de un entramado de sensibilidades y discusiones teórico-sociológicas infinitas consideradas muy serias e importantes como para ser relacionadas con el "metal", como lo es en este caso la noción de "comunidad", además de las infaltables burlas sobre el color de piel y la estética de la vestimente de quienes oyen esta música y asisten a estos eventos. Quisiera dejar todo esto de lado, incluyendo el intento de ser pretenciosamente filosófico y académico en cuanto a teoría y palabras difíciles, y explicar lo que sucedió el 18 de octubre del 2016 en el Estadio Nacional a través de un lenguaje más simple, respaldado por el conocimiento obtenido al asistir a este concierto (y en Cancha 3, con todo el pogo gigante encima).

No definiré dogmáticamente lo que es una comunidad, a grandes rasgos se podría decir que es un conjunto de varios individuos unidos fraternalmente por una sensación de pertenencia a algo (ya sea un lugar geográfico, un equipo deportivo, una marca, una serie televisiva, etc.). Lo que si vale recalcar es el reclamo perpetuo de los habitantes del Perú sobre nuestro siempre fallido intento de generar, como peruanos, una comunidad. El individualismo casi extremo, enraizado bastante en la mayoría de mis compatriotas, es un fenómeno que yo he observado desde que tengo uso de razón, y por ser tan joven comprendo que dicho individualismo ha existido en el país por décadas, desde mucho antes de mi nacimiento. No es sorpresa enterarse de que a muchos de los peruanos (no a todos) nos cuesta trabajar en equipo, nos pasamos gran parte de nuestro día deseándonos entre nosotros el mal y la desunión y que aún nos sentimos lejos de considerarnos una comunidad, más aún una nación. Sin embargo, ese día con Slipknot pude ver lo que ahora entiendo es un pequeño y embrionario destello de esperanza.

Este destello se dio a partir de dos eventualidades. Una, que se propagó durante todo el concierto; otra, la más importante, sucedió casi al final. Corey Taylor, el vocalista y lider de la banda, caminaba de un lado al otro del escenario entre canciones conversando con el público. Bajo el riesgo de que esto, más bien, sea una actitud cliché, recalco que la primera eventualidad se dio dentro de este diálogo entre Corey y Lima: a diferencia de otros artistas que pueden llamar "mis fans", "mi gente", "mis amigos" o tan solo "¿¡Como están, Lima, Perú!?", la retórica de Corey fue un paso más allá. No, no me refiero a cuando nos llamaba "crazy motherf*ckers" después de cada pogo, sino a esa otra palabra, que no lo glorificaba ni a él ni a la banda, sino que lo ponía a nuestro nivel, y que nos unía más fuertemente no solo con él, pero también entre nosotros: "My family", "mi familia", así nos llamó Corey repetidas veces. No hay artista más grande que el que considera a su público internacional como su familia. Aquellos escépticos de este artículo quizá argullan que así hace en todos sus concierto, y que el caso peruano ("para variar") no tiene nada en especial, por lo que aquella relación entablada pierde su valor y su sentimiento ya que "no lo dice en serio". Sea eso verdad o no (dudo que sea verdad), el efecto sobre nosotros ya había sido posicionado para la inminente ignición del destello con la segunda eventualidad.

En "Spit It Out", la canción con la que cerraron el concierto, hay una tradición conciertera en la que Corey le indica a todo el público que se arrodille antes de que la última parte de la canción reviente y todos salten en un frenesí de sudor y golpes. Allá por la Cancha 3, segundos antes de que esa sección empiece, la gente ya se estaba empezando a arrodillar. La gente gritaba que se arrodillen, indicaban con los brazos que se fuesen para abajo. Eventualmente vi a toda la Cancha 3 arrodillada antes de que Corey nos diga que todos debíamos hacerlo, y la Cancha 2 y 1 fueron las siguientes. Milagrosamente vi a toda la cancha del Nacional arrodillada. Quizá los escépticos, nuevamente, argullan de que esto más bien demuestra lo influenciable y suceptibles que somos los peruanos (o limeños) y lo débiles que son nuestras voluntades al dejarse dominar por las indicaciones del vocalista. Sin embargo, yo lo veo de otra forma.

Lo veo desde la desesperación en la mirada de aquellos que gritaban "¡arrodíllense!", en el miedo de los fans cuando alguien se arrodillaba a medias o se volvía a parar. Yo los comprendía: temían de que esto, en Perú, no funcionase, por el hecho de ser Perú, por nuestra casi invisible noción de comunidad y por nuestro ínfimo nivel de participación en distintos ámbitos de la vida. La gente sabía que podríamos "no prestarnos" para esto así como no nos prestamos para tantas otras cosas. Pero ver al Nacional arrodillado fue más que ver un truco de "control mental". Fue ver trabajo en equipo. Fue observar decisión colectiva. Y, para terminar, antes de que reviente el final de la canción, por lo menos en Cancha 3, sentí brazos a mis lados tomar mi espalda. Volteo la mirada y vi lo imposible: todos estabamos abrazados hombro con hombro, como si fueramos Uno solo. Esta sensación de comunidad con mis compatriotas únicamente la había experimentado cuando ganábamos algún partido de fútbol, pero esta vez era mucho más intensa. Sintiéndome así por primera vez en mi vida, el estadio explotó en un pogo masivo y nuestros héroes se despidieron.

De este evento, además del poder de la música para unir a la gente, rescato una lección que puede obtenerse de la metáfora que son las máscaras de Slipknot. A mucha gente la gusta mofarse del intento de Slipknot de horrorizar a su audiencia, y de solamente querer generar ingresos a partir de "hacerse los diabólicos". Los mismos miembros han declarado que las máscaras les sirven para poder expresarse libremente sin ser moralmente juzgados. Personalmente, independientemente de su significado real, creo que las máscaras son también una crítica a esa gente que cuando escucha metal o ve los videoclips no puede pensar más allá de los estereotipos mencionados previamente, e incluso asociar a las bandas con actitudes delincuenciales o hasta culparlas por ellas. No piensan que debajo de esas máscaras hay personas con ideas emocionantes y positivas, que canalizan su furia para crear arte y que son humanos como nosotros (tan solo ver la conferencia de prensa de Slipknot tras la muerte de su bajista Paul Gray es suficiente para confirmarlo). Ahora pueden estar seguros de que debajo de la parafernalia y el lenguaje extremo, Slipknot y el metal también son capaces de transmitir valores.

Escrito por


Publicado en

Adrian Melendez

Estudiante limeño de 21 años. Fue al concierto de Slipknot en Perú.